domingo, 2 de julio de 2017

Todas las semanas colgado
en la escalerita
del viejo tren que salía 
de Rubén Darío
venía a verme
y me traía regalos.
Mientras fui su confidente lo alimenté
con comida barata, harina blanca
carne picada, y papas
en una pocilga
que él a veces quería limpiar.
¿Cómo se llamaba?
Quisiera recordarlo
para contar una de sus mejores historias,
cuando hizo su primer trabajo
y se quedó
con la plata y las cosas,
y le dio una paliza
al dueño de la mafia.
¿Tal vez rompí su corazón?
¿O nunca pudo creer que yo existía?
Espero verlo alguna vez
cuando voy o vuelvo del Oeste.
¿Seguirá viviendo allá?
¿Seguirá vivo?
¿Será más huérfano ahora por la muerte de su madre
como me pasa a mí?
Y también me gustaría recordar su nombre
para mencionarlo
en las historias más tristes,
cuando alguno de los pibes de su banda se moría
y todos fumaban y tomaban en una casilla cerca de la sala velatoria
para hacerle el aguante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario